El ser humano es de hábitos, eso ya lo sabemos todos. Acostumbramos a repetir las mismas acciones una y otra vez a lo largo de los días. Nos mantiene en orden y no sólo eso, sino que permite focalizar la atención en otra cosas mientras actuamos como autómatas en esos hábitos repetitivos. Una herramienta de evolución puede volverse en nuestra contra. ¡Y vaya si lo hace!

¿Cuántas veces sentimos que hacemos algo aun sabiendo que no deberíamos?

Atracones de comida o ansiedad por ese alimento que sabes no debes comer, seguir con esa relación tortuosa, fijarte en parejas inadecuadas, permitir que esa persona te traten siempre igual de mal, no ser capaz de expresar aquello que necesitamos expresar por algún tipo de miedo (a herir, a que nos abandonen, a que nos dejen de querer…)… La lista podría extenderse mucho más de estos rápidos y comunes ejemplos. ¿qué hace que los repitamos sabiendo que no nos hacen sentir bien?

El ser humano es una máquina de aprender. Desde que nacemos somos una esponja increíble. Puedes educar a un niño a hacer las cosas más increíbles como las más terribles. Lo absorberá sin piedad. Se limitará a aprender.  De adultos seguimos aprendiendo pero de una forma menos evidente, quizás no tan rápida o sorprendente, pero seguimos haciéndolo. Y, si aprendo algo que me ha funcionado, volveré a repetirlo. Os lo escenifico con un simple ejemplo: Si el mando de la televisión deja de funcionar y al darle un golpe sobre la mesa, vuelve a funcionar, mi cerebro guarda ese aprendizaje. No tiene mucha lógica, no es un hecho muy científico, pero las próximas veces, cuando te vuelva a fallar, aunque sepas que son las pilas, le darás un golpe por si acaso. A partir de ahora, siempre le darás un golpe cuando falle, e incluso extiendas ese aprendizaje a otros aparatos electrónicos. Por si acaso. Con el resto de conductas pasa lo mismo. Si un día triste te agarraste a una barrita de chocolate y te sentiste mejor, siempre que estés triste, o empieces a estarlo, tu cerebro te pedirá dulce. Si puede ser la misma barrita de la otra vez, mejor. Quizás, con el tiempo, lo extiendas a otras emociones y, porque no, a otros alimentos. Si comer me calma, ¿por qué no comer? Estamos sacando un beneficio de una conducta.

Un ejemplo más emocional: Una vez estuve triste, y lo expresé. Lo que conseguí es que mi entorno me dijera que no debo llorar. Tengo que ser positivo y pensar más, sintiendo menos. Quizás, mi ser querido me dijo que no me aguanta triste. O incluso se rompió la relación. En futuras ocasiones aprenderemos a no expresar lo que nos entristece, o nos enfada, no sea que nos vuelvan a dejar, o nos dejen de querer. Igual que al adoptar posturas de víctima o victimismo, al final seguro estamos sacando algún beneficio de ello que en el pasado nos funcionó: quizás la atención de los demás, que nos escuchen, que nos mimen o nos ofrezcan un hombro. Lo curioso es que, aunque ahora no nos esté funcionando, seguiremos golpeando el mando porque quizás, en alguna de estas, funcione.

 

Es importante, por tanto, aprender a ver qué beneficio sacamos de cada una de las conductas que seguimos repitiendo y de las que no nos desprendemos. Y, sobre todo, qué excusas nos ponemos para no poder cambiarlas. Nos pueden dar pistas de porqué lo hacemos. Un psicólogo puede ayudarnos a vernos a nosotros mismos, desde la honestidad. Comprendiendo porqué aprendimos esa enseñanza, porque la repetimos y cómo cambiarla, si ya ha dejado de ayudarnos y se ha convertido en una conducta que duele.

No dudéis en contactar con un profesional, igual que vamos al médico cuando ese resfriado parece no irse nunca y ya no disponemos de herramientas para combatirlo. Mejor ir por un resfriado que cuando ya tenemos la pulmonía, cierto?

Feliz semana Pastanagas