El mes de Agosto está llegando a su fin y muchos estamos viendo el fin de las vacaciones. Lo que podría parecer como un momento de tristeza pues se nos acaba una etapa muy bien, para otros es un alivio. Existe un síndrome llamado del Ejecutivo que impide a la persona desconectar de sus funciones laborales, incluso fines de semana o fuera de su jornada laboral.

Que no te confunda su nombre porque no sólo afecta a puestos en la cadena de mando, sino que cualquiera puede padecerlo. Se describe como una preocupación permanente por el trabajo, afectando a las demás áreas de la vida, como la social o familiar. Además impide realizar un descanso óptimo y disfrutar del ocio afectando finalmente al rendimiento y productividad laboral.

Las personas que lo padecen suelen ser ambiciosas, perfeccionistas, exigente, necesitan estímulos constantes y no logran desconectar de su rol como profesional una vez termina la jornada laboral.

De hecho, las vacaciones suelen ser un problema para las personas que lo padecen tienden a sentirse imprescindibles, y temen por lo que puede estar ocurriendo en su ausencia, convirtiéndose en una fuente de ansiedad. Son personas que, por tanto, están todo el tiempo conectados, todos los días del año, incluso en eventos sociales, y sus temas de conversación tenderán a girar siempre en torno a su trabajo. Además serán incapaces de desconectar de su teléfono móvil para revisar mensajes, llamadas, correos electrónicos o plataformas de trabajo, teniendo hasta respuestas compulsivas de revisión.

Debido a que este síndrome obliga a la persona a estar permanentemente alerta y en tensión, acaban padeciendo síntomas de estrés como hipertensión, problemas gastrointestinales, problemas de sueño, problemas de piel, caída del cabello, ataques de pánico o incluso de ansiedad.

Como en muchos de los trastornos psicológicos, no siempre existe una causa única que lo explique. Normalmente volcarse tanto en la vida profesional suele ser un indicador de carencias en la vida personal o familiar. También puede ser debido a un reconocimiento grupal que queremos conseguir o no perder, o incluso por una autoexigencia personal o por competición (donde en otras áreas perdemos o fallamos).

Como en todas las dolencias, hay grados. Puede ser que seamos unos extremos y se nos note a leguas que estamos con un síndrome de caballo, o puede ser que lo estemos empezado a sufrir, siendo nuestro entorno social el primero en darse cuenta y reclamarnos. Lo ideal en estos casos es acudir a terapia para evitar que vaya a más o bajar el ritmo en caso de ser ya muy alto. Es importante parar y desconectar. Aplicar los 4 hábitos de vida saludable para gestionar el estrés y la ansiedad podrían ser muy útiles en este caso: cuidar la alimentación, practicar la relajación / respiración, moverse un poco o practicar algún deporte regularmente y tener una muy buena higiene del sueño. ¡No los descuides!